viernes, 23 de octubre de 2015

El "Mundo feliz" autoinflingido y el nuevo "argumentum autofascista" o apelación a nuestro bien

EL MUNDO FELIZ AUTOINFLINGIDO Y EL NUEVO ARGUMENTUM AUTOFASCISTA O APELACIÓN A NUESTRO BIEN

Menos mal que nací en otra época, porque de haber sido niña hoy, me hubiera perdido de un montón de cosas. Al menos llegué a vivir los estertores de un mundo más libre, menos estúpido, y que añoro profundamente.
         Hoy, gran parte de la gente cree que los niños son idiotas y que hay que ocultarles el “mal” o la diversidad de opiniones, en lugar de mostrarles sus consecuencias  y las múltiples facetas humanas, para que a partir de esos ejemplos vayan forjando su criterio y tomen precauciones. No, es mejor no mostrarles el “mal” y borrar de su entorno cualquier comentario o connotación que, según el criterio de los nuevos censores populares, es racista, machista, peyorativo o simplemente trágico.
      
Así, se borró la muerte de la madre de Bambi, y hoy, los parlamentos “machistas” o “racistas” de los personajes de unos viejos cuentos para niños en España, llamados “Los cinco”, de Enid Blyton. En la nueva versión ya no se le tocará ni con el pétalo de una rosa a las mujercitas. ¡La editorial alteró, mutiló y censuró, en su nueva edición, el texto de la autora por considerarlo machista y racista! Han pasado por encima del derecho de autor, pidiéndole autorización a los herederos (que no son quién para decidir por la autora muerta sobre el contenido de su obra), para mutilar los libros. Qué huevos tienen estos editores y parientes, ansiosos de ganar dinero muchos años más con los derechos renovados. Pero mucho peores son los que aplauden este delito contra la autora, pues nada ganan y sólo alimentan un delito, pero eso sí,  ejercen su “derecho” a censurar.
         Estoy taaaan harta y aburrida. Hoy, a los ciegos no se les puede llamar ciegos, ni a los sordos, sordos, ni a los ancianos, ancianos, ni a los cojos, cojos, ni a los débiles mentales, débiles mentales, ni a los negros, negros. Llamarles invidentes, deficientes auditivos, adultos mayores, discapacitados, o con capacidades diferentes y gente de color (preguntaría: ¿cuál color?) no los hará ni ver, ni oír, ni rejuvenecer, ni dejar de cojear, ni corregir su deficiencia, ni cambiar su color de piel.  
         Pero lo más patético es la agenda feminista que, en muchos casos, ya considero fascista. Las mujeres no somos unas pobrecitas necesitadas de protección, ni tenemos una discapacidad para que tengamos que recurrir a leyes de discriminación positiva o a cruzadas contra todo comentarios que cataloguemos, arbitrariamente o no, como machistas. Es fundamentalismo vil y vulgar eso de sacar la espada cada vez que alguien menciona en ficción, ensayo o comentario algo que consideran estas mujeres, militantes sin tregua, que tiene una connotación machista. Qué fácil, ¿verdad? Así que todas las mujeres que aparezcan en las historias deben ser ejemplares, porque sino, el autor o autora es machista. Vaya puta locura. No hay mujeres hijas de puta, no, cómo se me ocurre. Ah, y si no aparece una mujer como protagonista ya ponen el grito en el cielo. Pero vamos a ver, y si a mí como autora no me da la gana poner a ninguna mujer en mi obra, película, espectáculo o empresa, ¿qué? Y si retrato a una arpía, como muchas que conozco, ¿qué? Estoy en todo mi derecho. Faltaría más.
         Las leyes me deben proteger de los delitos, igual que a los hombres, y punto. Y si hay diferencias entre salarios para mujeres y hombres, se debe luchar por corregirlo y punto, porque es una injusticia.
         Vaya tiempos fascistas vivimos, peor aún, tiempos, digamos, autofascistas. Pues es la propia gente quien está construyendo este repugnante Mundo feliz. Solitos estamos limitando nuestra libertad al limitar la libertad de los demás. Nos creemos con el derecho de señalar con el dedo e imponer nuestra visión del mundo a los demás, con la repugnante coartada de que es por “nuestro bien” y “por el bien de los desprotegidos”.         
     Los “bienintencionados” censores claman al cielo:  “No está bien que en una película o libro se denigre -según ellos- a la mujer, o a los homosexuales, o a los negros, o a los niños, o a las indios, o a la iglesia, o a…”. Y se pide la censura, o se busca denostar a los autores. Si no te gusta, no la veas, no lo leas o critícame, pero con qué derecho te atreves a pedir la censura. Yo digo y pienso lo que me da la gana, y el intento de censurarme o denostarme por ejercer mi derecho a hablar, crear o actuar sin cometer un delito, es una actitud fascista.
      Lo más asqueroso es el argumento de qu es “por tu bien”. “Por tu bien te reviso como criminal en los aeropuertos”; así que agacho la cabeza y después, aplaudo. “Por tu bien te prohíbo expresarte libremente”. “Por tu bien te prohíbo fumar hasta en tu casa”. “Por tu bien borro de las obras de ficción toda comentario racista o machista”. "Por el bien de todos te prohíbo contar chistes de mujeres, niños, homosexuales, negros, chinos, perros...". Y muchos etcéteras más.
En México, por ejemplo, han llegado a la locura de aplaudir la subida de los impuestos a los refrescos para que “los otros” no se pongan obesos. Están tratando a la gente como imbécil, primero, y después, les importa muy poco que no tengan para juguito de naranja, ¿verdad? No, señores, la gente toma cocacola porque no tiene para otra bebida y necesita las calorías. O simplemente, porque le da la gana. Y nada más falta que me castiguen con impuestos porque quiero tomar refrescos, o ser obeso, o flaco o lo que yo quiera. Si es veneno, que se prohíba su venta, si no, dejen en paz a la gente que consuma lo que le dé su real gana.
         Y cuidado si cuestionamos a la sacrosanta medicina o a la ciencia imperante. Nada de eso. Los científicos y los médicos son oráculos a los que no se les cuestiona. Si ellos dicen que algo es malo, es malo y te callas. Aunque no haya pruebas suficientes y el remedio, por supuesto, los beneficie directamente, en dinero, empleos y demás canongías.
         Y que no se nos ocurra tampoco cuestionar las acontecimientos. Eso de las conspiraciones es producto de imaginaciones enfermizas. Claro que no, el poder jamás ha recurrido a conspiraciones secretas, cómo se me ocurre. La historia lo desmiente, una y otra vez, pero no importa, eso de creer que hoy políticos, empresarios y banqueros se ponen de acuerdo a nuestras espaldas para hacer de las suyas, es una infamia y el resultado de una mente desequilibrada. Nada, nada, las conspiraciones no existen más que en la imaginación de las malas personas, desconfiadas, paranoicas y de mal gusto.
    
     Así, llegaremos a vivir en el Mundo feliz de Huxley, pero lo que él no imaginó es que sería un mundo feliz autoinflingido. Como tampoco George Orwell hubiera creído que nosotros mismos nos convertiríamos voluntaria y entusiastamente en el gran hermano. El poder, el status quo, la autoridad no tiene ya que molestarse en controlarnos, lo hacemos nosotros mismos. Nosotros, en nuestra vida diaria, pero también asistidos y magnificados por esa gran pantalla exhibicionista y pueril que son las redes sociales, denunciamos y perseguimos a nuestro vecino, al autor que infringe la corrección política, al que osa denunciar una conspiración, a quien levanta la voz contra una injusticia de las de verdad, y a todo el que no nos gusta lo que dice o hace. Y lo increíble es que se hace en nombre de la ¡TOLERANCIA! Puta esquizofrenia.
         Hoy debemos acuñar un nuevo argumento falaz, que iría entre el argumento ad novitatem, apelación a la novedad y el argumento ad populum, sofisma populista, y al que podríamos llamar: ARGUMENTUM AUTOFASCISTA o APELACIÓN A NUESTRO BIEN.

martes, 19 de mayo de 2015

DENUNCIO: han usurpado mi imagen y mi nombre en internet

 DENUNCIO: han usurpado mi imagen y mi nombre en internet
      Hace varios días recibí la información de que una página de  encuestas había usurpado mi identidad mediante un copia de la imagen de mi cuenta de facebook, para escribir un texto -que a todas luces no es mío-, aceptando un premio por contestar una encuesta, que por supuesto jamás respondí.
     Pero no se limitaron a cometer el delito de usurpar mi identidad, sino que lo hicieron también con la de un querido amigo fallecido hace varios años, Guillermo Mendizabal, que tiene aún activa su cuenta en facebook.
    Como sucede en el mundo actual, y aún peor en el ciberespacio, los caminos para la denuncia son impenetrabales. ¿Ante quién denuncio este delito? La policía se reiría de mí. ¿Cuánto tiempo sobreviviría una página si le llega una demanda? Minutos. ¿Quién está detrás de las páginas? Fantasmas.
    Pues sí, estamos expuestos a que pongan palabras y declaraciones en nuestro nombre, sin que podamos hacer nada. Es por esta razón que cada día desconfío más de cualquier información en internet. 
    Además, cuidado, pues los plagios en el ciberespacio son  una epidemia. Hace unos días también me enteré de que un texto mío había sido plagiado de este mismo blog, La cucaracha. Lo reporté a la página en cuestión y se solucionó: a ellos, la plagiaria les habían dado mi texto como suyo y ellos no sospechaban del plagio, por supuesto. Pero llevaba dos meses colgado sin que yo me diera cuenta. 
   MORALEJA: Pongo en duda toda información que no viene de páginas de probado profesionalismo y que haya consultado ya muchas veces. Y aun así, espero a reconfirmarla en otra fuente. Los blogs de autores anónimos no suelo leerlos, pues desconfío de su información, por supuesto.
    Cualquiera puede abrir un blog, una página, un perfil de facebook, de twitter (hay varios con mi nombre y mi imagen que he reportado y vuelven a salir) y poner el disparate que se les ocurra, difamaciones, mentiras o utilizar nuestra imagen para lucrar o para promocionarse, todo sin consecuencia alguna.
    "La ocasión hace al ladrón": detrás del anonimato y la impunidad que ofrece el ciberespacio, la gente tiene libertad absoluta de inventar, abusar, difamar y plagiar.
    
   
   

jueves, 23 de abril de 2015

Feliz 80 Aniversario, querido Rius


 Feliz 80 Aniversario, querido  Rius

El artista que domina el humor y la sátira te hace bajar las defensas y cuando más entregado y plácido estás, te asesta un jeringazo y te inocula la idea con la cual te quedarás para siempre, pues entró al cerebro sin resistencia, ni necesitó de deducciones o sesudas elucubraciones. Hay pocos genios con este talento: Chaplin en el cine, Molière en la dramaturgia, y en los monos, Eduardo del Río, Rius, quien para entregarnos ideas universales y crónicas y picaresca nacionales, tuvo que burlar con habilidad de mago y extraordinaria valentía la censura mexicana en los años más duros de la dictadura priísta. Rius no claudicó ni después de haber estado a punto de morir a mano de los sicarios del infame presidente Díaz Ordaz que lo mandó secuestrar en 1969 para silenciarlo... No, Rius ni así se calló.
       La sociedad y la política mexicana, controlada por una tiranía de partido, poseía características muy particulares. Ante el mundo, México aparentaba ser una democracia (hasta de tintes “progresistas” en algunos momentos, como en época de Echeverría), pero al interior existía un férreo control político, ideológico y moral. Los medios de comunicación eran voceros absolutos del Estado y cualquier manifestación pública contraria a sus intereses era perseguida sin tregua. Rius, con su sabiduría, picardía y valor nos ha entregado a los mexicanos, por un lado, las ideas proscritas por el régimen, y por otro, ha hecho de sus personajes nuestros voceros, con los que retrata nuestras penurias, nuestra sagacidad para enfrentar los problemas y nuestras formas ladinas de darles la vuelta.
Rius es mucho más que un monero agudo; es uno de los pocos artistas que nos mostró el mundo que existe fuera de nuestras cerradas fronteras, de nuestra hermética sociedad, y nos señaló con humor, con todas las argucias de su arte de monero, lo más crudo de nuestra idiosincrasia. Rius nos zarandeó con sus monos e hizo que nos reconociéramos en el lamento del que Paz decía: “Nuestro grito es una expresión de la voluntad mexicana de vivir cerrados al exterior, sí, pero sobre todo, cerrados frente al pasado”. Rius ahogó ese grito. Al mostrarlo descarnadamente no nos quedó más remedio que reírnos de él, rompiendo así su maldición fatídica.
       A pesar de nuestras maneras subrepticias e irónicas, en el fondo los mexicanos reconocemos el poder como una entidad superior, y al PRI, durante muchas décadas y quizá aún hoy, como su “representante en la tierra”. Pero Eduardo del Río, desembarazándose de ese respeto mexicano al poder, ha sido un irreverente con él; ni en broma se lo toma en serio. Y ha sido y es implacable con las acciones del poder; en broma se las toma muy en serio. Reírnos de ese poder gracias a Rius ha tenido no sólo un efecto catártico para nosotros, sino subversivo; efecto que crece al calor del desparpajo y la sabiduría de sus monos.
     
Los mexicanos nos burlamos de la tragedia para evadir la acción y para encontrar un poco de falsa justicia universal. “El poderoso es un chingón y el infeliz, un pendejo”; con esa simple clasificación encontramos el balance moral para no alterar el orden y resignarnos a nuestro destino, como individuos y como nación. El pobre se merece su suerte por pendejo; el chingón, por chingón. Pero a diferencia de otros moneros que sólo se regodean en nuestra resignación ataviándola de picardía, Rius pone el dedo en la llaga y no nos da tregua. El ácido y doloroso humor nacional no lo usa para demostrar que puede hacer mejores albures o construir ironía más punzantes, sino para sacudirnos, para mostrarnos que no somos hijos de la fatalidad de la que hacemos mofa, como de la mala suerte y la muerte, sino que, de vuelta a la referencia de Paz, “Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, "agacharse", pero no "rajarse", esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad”, y Rius nos abrió y nos sigue abriendo.

      La irreverencia de Rius no está compuesta de agresión y grosería, sino que es el rompimiento contundente de la Forma, con F mayúscula como la escribe Paz.
La Forma y la formalidad del mexicano pelea contra nuestro connatural sarcasmo, pero casi siempre triunfa la Forma, y aquí Rius también nos da unas cuantas cachetadas. Como ejemplo, recojo un chusco botón que está dentro de la deliciosa caja de costura que es su Diccionario de la estupidez humana: “EXCUSADO: No se ha podido saber todavía, pese a los enormes adelantos científicos, porqué se llama así a las tazas donde va la caca. Lo mismo va para la otra designación que se le da por acá a los urinarios: ¡INODOROS!”
      La Forma, en México, no se limita a las maneras en la cotidianidad, sino que tiene sus estandartes bien afianzados en nuestro consciente e inconsciente colectivo. En México muchos pueden hablar mal de tal o cual gobierno, pero nadie se atreve a tocar a los héroes de la patria y mucho menos a la Intocable, y no por virginal sino por emblemática, virgen de Guadalupe. Pero Rius tiene los huevos de decirnos que la virgen de Guadalupe es un invento de los españoles y que no hubo ni Independencia ni Revolución, porque no somos independientes ni se subvirtió el orden establecido, y que Zapata, Villa y los hermanos Flores Magón son los perdedores de la Revolución y no los héroes de los libros de texto.
         El valor de Rius no se limita a tirarle dardos al poder, sino a declararse ateo en un país fuertemente católico y a poner en su lugar a la iglesia, tanto en sus perversos y
criminales mecanismos de control y manipulación, como al señalar la ausencia de rigor histórico en la Biblia. Así, Rius nos deja en cueros, sin virgencita y sin héroes, y con ello nos libera de las rémoras que nos anclan, que nos inmovilizan, en consonancia con lo que Vasconcelos decía en 1907: “…no sentimos cómo siente nuestro grupo sino cómo nos inspira nuestro sentimiento superior y nuestra cabeza libre porque somos, antes que patriotas, antes que ciudadanos, antes que hijos de tal o cual Estado, seres independientes sólo ligados con el fin humano y no con el fin local”.
        A diferencia de muchos intelectuales que se llenan la boca con la adulación a las culturas indígenas, Rius, hombre de una inmensa cultura, pone sus conocimientos en boca de un personaje que sólo él podía atreverse a convertir en el protagonista de sus historietas: un indio sabio, enigmático, astuto e inescrutable, Calzonzin, que envuelto siempre en ¡una manta eléctrica! (cuidado con la ironía del atuendo) pone la estatura moral y los conocimientos de México y del mundo en el emblemático enclave de Los Supermachos, San Garabato. Y para que quede claro su concepto de los intelectuales y su carácter autodidacta, recordemos el número uno de Los Agachados en donde Calzolzin le responde a Catarino Vizancio, quien mató a su mujer: “Nomas no me diga licenciado, yo no me llevo tan pesado”.


        San Garabato es un pueblo mexicano que si no sabemos dónde está es porque los políticos han prohibido ponerlo en la cartografía mexicana, pero como cada pueblo en México es un San Garabato, no han podido desaparecerlo. Rius nos ofrece ahí un digno representante de cada clase social, de cada esfera de poder y de todas sus variantes y matices.
        
       Rius es el historiador y cronista popular mexicano por excelencia, pero no se conforma con recordarnos la historia oficial, sino que habla de lo que nadie se atreve, de la verdadera historia y de los sucesos contemporáneos tal cual están sucediendo. Por ejemplo, en 1968 contó con una valentía absoluta y sin atisbo de autocensura lo que se estaba gestando (por ello fue secuestrado) y en 1972 describió sin ambages ni eufemismos cómo se organizó y perpetró la matanza del 2 de octubre y de 1971. No esperó a que dejara de haber peligro para contarlo, como casi todos los demás, y lo que contó destripó las entrañas del crimen de Estado.
      “¿Espera usted que el gobierno se castigue a sí mismo?”. Para entender por qué los mexicanos aceptamos la impunidad como algo congénito en nuestra sociedad, Rius nos lleva a un recorrido, en el número 98 de Los Agachados por los asesinatos políticos desde 1919 hasta 1972, todos ellos en la impunidad. En este memorable número, Rius dibuja a un político mexicano que le dice a otro: “Si me denuncias, te denuncio”, frase que describe con absoluta precisión el mecanismo de los políticos para perpetuar la impunidad.
         Cuando tuve el honor de entrevistar a Rius en el canal 22, conocía y había disfrutado con su obra, claro, pero únicamente lo había visto una vez en una subasta para las comunidades zapatistas donde me firmó una lámina que él donó, la cual conservo como un tesoro. Por lo tanto, sólo podía intuir el temperamento de esa leyenda viviente y fue una inmensa alegría ver entrar al estudio de televisión a ese hombre de sonrisa picante, que contrasta con sus dulcísimos y melancólicos ojos azules. La entrevista de sólo una hora, debía haber durado cien, pues se quedaron un sinfín de inquietudes en el tintero. Sus respuestas francas y punzantes, con ese lenguaje tan suyo, tan lleno de retruécanos y chanzas, nos llevó de manera deliciosa por las épocas del “México de los recuerdos”, buenos y malos, festivos y trágicos, así como por las ideas universales y la memoria de los amigos y los enemigos.
       Rius es además un hombre profundamente generoso y desprendido. Lo digo porque me consta. Estoy en deuda por siempre con él, pues tuve el atrevimiento de pedirle un dibujo para un proyecto personal y me respondió enseguida: “Anushka dear, espero te sirva este monigote. Besos (castos) y abrazos, Dr. Rius Frius”, así, sin más ceremonia, y claro que me sirvió; gracias a su monigote mi proyecto se engrandeció enormemente. No exagero cuando digo que lloré conmovida por su generosidad. 
          
      La figura de Rius no se mancha con el paso del tiempo porque está construida sobre algo indestructible: su congruencia. Rius no vive ni va con el disfraz de intelectual ni de artista exquisito ni consagrado, ni de revolucionario; y aunque es todo eso y más, rompe con los estereotipos gracias a su profunda sabiduría, su ideas exentas de lugares comunes (de los cuales está teñida la Forma), su amabilidad sin cursilería, su picardía y sobre todo, su legado a la sociedad mexicana y al mundo. A Rius lo rodea una aureola de auténtica naturalidad, propia de quien sabe perfectamente lo que es y lo que ha logrado en la vida y no necesita demostrar nada a nadie.
      La combinación de agudeza y calidez, junto a una historia personal irreprochable, hace que estar con él sea una experiencia conmovedora, divertida y memorable.
Eduardo del Río, Rius, artista sin veleidades, hombre de bien y para el bien, jamás ha hecho concesiones ni ha claudicado. Por eso se ha ganado el respeto de todas las generaciones.
https://itunes.apple.com/mx/book/80-aniversarius-primera-entrega/id957593988?mt=11

domingo, 1 de marzo de 2015

Mi real derecho a no votar


Mi real derecho a no votar
(dedicado a los que insultan y chantajean a los abstencionistas)

Arrancó el circo electorero y con él la violencia de los defensores del voto. En mi muro personal de facebook he posteado que no votaré y esto me ha llevado a recibir múltiples críticas, chantajes y hasta ¡insultos! Pero es importante señalar un dato: lo han hecho, en un 99%,  los que se dicen de izquierda, y muy especialmente, los miembros y simpatizantes de Morena. 

Estos defensores del voto no son defensores ideológicos del voto o de la democracia electoral, sino defensores de su gallo, de su partido, y creen que yo estoy obligada moralmente a votar por él,  y cuando me atrevo a decir que yo no voto ni por su gallo ni por ninguno, me insultan, me maldicen y me chantajean con el petate del muerto: “es tu culpa que gane el PRI”. No, señores, el PRI gana por quienes lo votan, por el fraude y porque existe un sistema electoral que lleva a un partido al poder, no por los abstencionistas.

Primero, yo no le digo a nadie que no vote, pues es una decisión personal; segundo, yo no insulto o critico a quienes votan, pues es una decisión personal. Yo solamente señalo que no votaré, y hasta digo porqué, aunque no tendría que justificarme porque no votar es mi real derecho.

Si creen que insultando el nivel de abstencionismo bajará, están en un error, por supuesto, y, además, es una pésima estrategia política. En lugar de convencer con argumentos, insultan a los que no votamos.

Además, qué les cuento: el gallo ganador es, históricamente, la abstención; somos mayoría: el 40% del padrón.

No voto, pero en una elección en México, menos aún. La inmundicia en el proceso electoral, además de ser el más caro del mundo, es legendaria. El fraude es apoteósico, por tanto, no voy a sabiendas a que me tomen el pelo, se burlen de mí y de mi voto. Si eso no es suficiente para no votar, sumo a esto que la clase política en su conjunto me repugna, y Morena está compuesta por mandos que han pertenecido a la clase política de este país. Respeto a los militantes de base, siempre y cuando me respetan a mí. Pero los dirigentes son parte de la clase política que tiene al país como está, pues vienen del PRD y del PRI. No, la gente no se limpia de pecados cuando se bautiza en las aguas de Morena; no, señores. Para empezar, recordemos que todos los partidos votaron en el 2000 en contra de los Acuerdos de San Andrés. Pero, bueno, no tengo que justificar mi abtencionismo electoral; simplemente no voto porque es mi real derecho.

¿Candidatos independientes? ¿Quiénes son? ¿Por qué voy a delegar en alguien que no conozco el destino de mi país? ¿Por qué voy a delegarlo en nadie?  

Los defensores del voto me responden con aspavientos: ¿entonces qué hacemos? Si no hay líderes, partidos o clase política, no podemos hacer nada. ¿En serio pensamos eso? Como muchos saben, yo defiendo la autonomía comunitaria. Y eso es lo único con lo que comulgo: tomar las riendas de mi comunidad junto con los miembros de ésta y decidir nuestro destino en democracia abierta, no electoral. Pero no me extenderé en esto, primero, porque no es el tema de esta entrega, y segundo, porque no quiero convencer a nadie de nada.

Los partidos que pierdan las elecciones alegarán que se hizo fraude. Esto es indignante, pues hoy ya saben que se hará fraude, así que es incongruente participar en un fraude y después echarle la culpa de la derrota al fraude. A menos que no les importe, pues lo que les importa es seguir con el juego y seguir viviendo de él.

La política es un negocio, una profesión de la que vive la clase política, y yo no estoy dispuesta a legitimar con mi voto a personas que viven de la política. Que con eso no acabo con este sistema perverso, claro que no, pero al menos no colaboro a su continuidad.